San Salvador de Oviedo en las Partidas de Alfonso X el Sabio

PRIMERA PARTIDA

TÍTULO XXIII. DE LOS ROMEROS E DE LOS PEREGRINOS
LEY I. QUE QUIERE DECIR ROMERO O PELEGRINO, E EN QUANTAS MANERAS SON DELLOS

Romero tanto quiere decir, como ome que se aparta de su tierra, e va a Roma, para visitar los Santos Logares, en que yazen los cuerpos de Sant Pedro e Sant Pablo, e de los otros Santos, que tomaron martirio por nuestro Señor Jesu Christo.

E Pelegrino tanto quiere decir, como ome estraño, que va a visitar el Sepulcro Santo de Hierusalem, e los otros Santos Logares, en que nuestro Señor Jesu Christo nascio, bivio, e tomo Muerte e Passion por los pecadores, o que andan en pelegrinaje a Santiago, o a Sant Salvador de Oviedo, o a otros logares de luenga, e de estraña tierra.

E como quier que departimiento es, quato en la palabra, entre Romero, e Pelegrino: pero segund comunalmente las gentes lo usan, assi llaman al uno como al otro.

E las maneras de los Romeros, e los Peregrinos, son tres. La primera es, quando de su propia voluntad, e sin premia ninguna, van en peregrinaje a alguno destos Santos Logares. La segunda, quando lo faze por voto, por promisión que fizo a Dios. La tercera es, quando alguno es tenido de lo fazer, por penitencia que le dieron, que ha de cumplir.

A PARTIR DEL SIGLO XI

Ramón Menéndez Pidal escribe: «Primitivamente, este Camino de Santiago o Francés, pasaba por Alava y Asturias, para ir más a cubierto de las incursiones de los musulmanes… era entonces penosísimo, pues por temor a los moros iba en continuos altibajos a través de los valles de la costa de Álava y Asturias, pero a principios del siglo XI, el rey Sancho el Mayor lo mudó por Nájera a Briviesca, Amaya y Carrión, aprovechando una antigua vía romana…» A partir de éste momento, a pesar de quedar Asturias en sus distintos caminos: de la costa y del interior, apartada de la «ruta principal», siguió siendo la iglesia ovetense del Salvador, y las reliquias que en ella se veneraban, importantísimo lugar de peregrinación, bien por sí misma o como complemento de la de Santiago.

El Arca Santa, que se guardaba en la Capilla de San Miguel o Cámara Santa, había sido allí depositada por el rey Alfonso II. Según la tradición, estuvo en la corte de Toledo, después de recorrer el norte de Africa, buscando seguridad para su contenido. Allí permaneció hasta que el avance musulmán aconsejó buscar lugares más al norte, donde no peligrase su integridad. Escondida en un monte cercano a Oviedo -El Monsacro-, fue trasladada por el Rey y depositada en su basílica del Salvador, hecho que dio a la Capital su carácter de ciudad santuario y el comienzo de la atracción hacia el templo de los primeros peregrinos. El Arca se abre, después de un anterior intento, en el año 1075, en presencia del Rey Alfonso VI (1072-1119). El acta de dicha apertura, contiene un inventario de las santas reliquias y el relato de la leyenda de su traslación a Oviedo, lo que contribuye sin duda, a la rápida difusión en el orbe cristiano y al incremento de la llegada de peregrinos que acuden a venerarlas.

Probablemente, a partir de este momento, el culto a las reliquias ovetenses, que hasta entonces habría tenido un carácter más o menos localista, comienza a internacionalizarse, entrelazado con el de Santiago. Todo ello, a pesar de que la ciudad de Oviedo, no se menciona en absoluto en el «Liber Sancti Jacobi», redactado hacia el año 1140. Contrasta esta omisión, de principios del siglo XII, con la mención en un códice francés, redactado a finales del XI en Valenciennes, en el que figura el inventario de las reliquias contenidas en el Arca Santa, de donde se deduce la difusión que su apertura había encontrado ya en el ámbito europeo. Comienza mediado el siglo XII un período en el que la peregrinación a Oviedo, entroncada con la de Santiago, progresa y se consolida, recibiendo la visita de monarcas que acuden en viaje santo, así lo hace en el año 1158 Fernando II o Alfonso IX, ya a comienzos del siglo siguiente: en 1222.

Sobre la importancia de la peregrinación al Salvador y su relación con la Jacobea durante la decimotercera centuria, escribe Ana Belén de los Toyos en los «Cuadernos Ovetenses». «Dos elocuentes documentos del siglo XIII de procedencia diversa, nos vienen a confirmar la plena incorporación de Oviedo al grupo de las llamadas «peregrinaciones mayores» del mundo cristiano (Tierra Santa, Roma y Santiago de Compostela). Así, a comienzos del siglo, del hospital de Ambrac, en los Pirineos franceses, se nos dice que acogía «a la multitud de peregrinos que por allí pasaban para visitar las iglesias de Nuestra Señora de Rocamador, de Santiago y de San Salvador de Oviedo». En estos términos se expresan las partidas de Alfonso X El Sabio, en las que se define al peregrino comol «ome estraño que va a visitar el Sepulcro Santo de Hierusalem e los otros santos logares (..) o que andan en pelerinaje a Santiago o a Sant Salvador de Oviedo«. No hay duda, por tanto, de que el relicario ovetense se ha convertido, después de Santiago en la segunda devoción dentro del espacio peninsular.

DE LEÓN A SANTIAGO

Durante los siglos siguientes, la desviación a San Salvador a partir de la ciudad de León, es el camino más frecuentado por los peregrinos que no quieren dejar de visitar al Señor, antes o después de haberlo hecho al «Servidor». Únicamente retraen a los devotos, las grandes penalidades que supone el realizar esta caminata a través de los montes de Pajares y Valgrande, difíciles, inhóspitos y solitarios, expuestos a todos los peligros. Así en el año 1501, hay noticia del viaje realizado por el Señor de Montigny y varios compañeros, que escriben con referencia a este camino: «Muchos peregrinos temen pasar, para ir a Santiago, porque es mal poblado y estéril y mucho más montuoso que el otro».

Parte el camino hacia San Salvador desde el Hospital de San Marcos, siguiendo la orilla izquierda del río en dirección norte, hacia Carvajal de la Legua, La Robla y La Pola de Gordón. Por Buiza se coronaba La Collada para, desde allí bajar a la Real Colegiata y Hospital de Arbás, lugar de acogida y refugio en aquellos desolados parajes de clima extremo y difícil. Después de coronar el Puerto de Pajares, desciende el camino hacia Puente de los Fierros para seguir, ya por el valle, hacia Campomanes y la Vega del Ciego. Poco antes de llegar a Pola de Lena, pasa el camino muy cerca de la prerrománica iglesia de Santa Cristina. A continuación se encuentra Ujo y la villa de Mieres, llamada «del Camino». A partir de aquí, comienza la subida al alto del Padrún, pasando antes por el lugar de Copián. Se desciende al valle por el que discurre el río Nalón, donde encontramos Olloniego, ya en el Concejo de Oviedo. Desde Santiago de la Manjoya, ya el peregrino divisa la torre de la catedral, a la que llegará poco después por el barrio de San Lázaro, San Cipriano y La Puerta Nueva.

Otro itinerario alternativo, posiblemente menos frecuentado, pero del que hay igualmente numerosos testimonios históricos es el que lleva desde León a Boñar y Lillo, para subir al Puerto de San Isidro y descender por la vertiente asturiana al valle de Aller, hasta Ujo, donde se une con el Camino de Arbas.

La vinculación de San Salvador con Santiago de Compostela, permaneció así hasta entrado el siglo XIX, a este respecto Juan Uría Riu escribe «… y todavía se decía a principios del siglo XIX»:El estribillo, tiene antecedentes bien antiguos, pues la Nouvelle Guide, impresa en París en 1583, dice también al reseñar el camino de León a Oviedo:

Quien va a Santiago
Y no a San Salvador
Sirve al Criado
Y deja al Señor.

Qui a esté a Saint Jacques
Et n’esté a Saint Salvateur
A visité le serviteur
Et a laissé le seigneur

Todavía podemos considerar más antigua la vigencia de esta popular sentencia, y así vemos que cuando, en agosto de 1539, el peregrino italiano Bartolomé Fontana llega a León, dice: Qui mi disposi andar a visitar lo Santo Salvatore, perché so gliono dire li Peregrini, che chi va a s. Giacobo, e non a s. Salvaatore, uisita il seruo, e lascia il signore».

UNA HERMOSA LEYENDA

En el precioso libro de Adolfo Casaprima «El Campo de los Hombres Buenos (Historia del Campo de San Francisco de Oviedo)», tomando una bella leyenda, el autor, nos hace entrar en la ciudad, junto a dos personajes «el uno joven y enjuto, barbilampiño», «más bajo y ya adulto» el otro, que nos son sino Francisco de Asís y su hermano Fray Pedro, conocido como Fray Pedro Compadre, allá por los primeros años del Siglo XIII.

Siguiendo sus pasos, ya desde la altura del Caserón, divisamos vagamente las luces de un Oviedo, sobre el que cae el fino «orbayo» que se desprende de la niebla, y al que poco después se acercan nuestros personajes para entrar por el arrabal de San Cipriano, donde los albergueros que pregonan las excelencias de sus establecimientos, los reciben. A poco, cuando ya la tarde, empujada por el plomizo cielo, empieza a ser noche, pasan bajo la puerta de Cimadevilla, en el momento en que la campana deja oir su invitación a la oración. Se detienen ante la capilla de San Nicolás, en cuyo hospital solicitan alojamiento y asistencia médica.

Un cofrade de los zapateros, les instruye durante la velada. Sobre la fundación del establecimiento y los grandes sucesos acaecidos por las tierras asturianas y les relata las preciosas reliquias que se guardan en la Basílica del Salvador que Alfonso II mandase edificar: «Estaban, sin duda, en tierra santa, enriquecida y adornada por monarcas sabios, pensaron».

Al despuntar la mañana, dejan el hospital y caminando por la Rua de los Tenderos o Rua Francisca, llegan a la de la Platería, desde donde ya ven la Basílica del Salvador. Ante su imagen, de piedra policromada, que ya desde hace más de cien años preside la Iglesia, oran devotamente. Veneran después las Santas Reliquias y beben agua de la hidria en que Cristo hizo que el agua se hiciera vino durante la boda de Caná. Para llegar al final de la historia, creo que merece la pena, seguir literalmente el texto de Casaprima:

«… aún aturdidos por la visita, deciden descansar un momento antes de continuar viaje hacia Compostela. Eligen un remanso del bosque que se extiende a las afueras de la ciudad, camino de Galicia. Y se abandonan a la contemplación. Escuchan el canto armonioso de los pájaros. Del viento, meciendo las hojas de los robles, castaños, negrillos. Del agua que corre en un riachuelo cercano. Los blancos raitanes se acercan para comer de la palma de la mano del joven algunas migajas de pan. Como agradecimiento, las aves limpian con las suaves plumas del pecho los pies malheridos de su proveedor, tiñendo la blancura de sus pequeños cuerpos con el color intenso de la sangre del joven romero. Cuenta la tradición que, desde entonces, los raitanes muestran orgullosos su pecho rojo, símbolo de su encuentro con el hombre que fue capaz de amansar a las fieras.

–  En este paraje, sin duda santo, debo edificar mi obra, Fray Pedro, aseveró el joven alzando su mirada hacia las copas de los árboles.

– Bien, compadre Francesco, asintió el compañero, a quien todos llamaban Pedro Compadre, debido a la coletilla que siempre usaba al hablar.

Y el joven Fray Francesco, conocido por el pueblo como San Francisco de Asís por sus acciones, levanta en aquel bosque, a las afueras de Oviedo, una pequeña ermita. Más, no puede alargar su estancia en el vergel elegido, ya que la enfermedad se agrava y desea continuar camino hacia Santiago de Compostela, sembrando su obra allá por donde pasa. Le encomienda, pues, la pequeña ermita a su compañero Fray Pedro Compadre, y una mañana abandona Oviedo…»